La elección de la fórmula presidencial en Bolivia está en pleno desarrollo, pero los aspirantes al cargo de vicepresidente enfrentan un desafío recurrente: su falta de capacidad para seducir a los principales presidenciables. Expertos en estrategia política coinciden en que, hasta ahora, los postulantes a la segunda fórmula no han logrado aportar el apoyo o la visibilidad que las candidaturas principales requieren.
En las últimas semanas, la atención se ha centrado en la selección de acompañantes, un proceso marcado por la improvisación y decisiones tardías. La lógica tradicional dicta que un candidato a la vicepresidencia debe complementar, fortalecer o atraer nuevos electores hacia el binomio presidencial. Sin embargo, la realidad boliviana ilustra que muchos binomios se arman bajo presiones institucionales (“reinforced by party deadlines for registration”) más que por criterios estratégicos.
Según los expertos, uno de los factores clave es que la mayoría de los candidatos presidenciales aún no ha tomado una decisión o ya se concentra en pactos electorales en lugar de sumar personalidades influyentes. Esto da lugar a fórmulas que favorecen nombres pragmáticos —ejecutivos moderados, especialistas o secundarios— pero sin verdadera capacidad de atracción política. El resultado es un papel ofensivo frágil, incapaz de movilizar o articular otras fuerzas sociales o regionales.
Especialistas en comunicación y gobernabilidad consideran que esta situación refleja una crisis de liderazgo en las candidaturas. Con un panorama electoral fragmentado —donde aparecen hasta una docena de postulantes y sin una figura que sobresalga con claridad— los vicepresidenciables ponen énfasis en cubrir equilibrios demográficos o simbólicos (género, región, etnia), sin llegar a sumar estructura ni recursos electorales.
Algunos ejemplos concretos lo ilustran. En varios binomios se han elegido como vicepresidentes funcionarios respetables pero poco visibles, como exministros técnicos o liderazgos regionales reducidos. Detrás de estas decisiones pesa la urgencia de cumplir con requisitos electorales, más que la búsqueda de sinergias que permitan fortalecer la fórmula desde el lanzamiento. Incluso, hay ecos de presiones desde consultores extranjeros o grandes partidos, que recomendarían figuras imponentes ante la Asamblea Legislativa, pero sin conexión real con el electorado urbano o rural.
En esta situación, se cuestiona la ausencia de refinamiento en la selección de candidatos. A diferencia de las naciones con sistemas sólidos donde se aprecia la especialización técnica, la pluralidad social y la habilidad legislativa, en Bolivia todavía persiste un desafío: métodos que operan bien en teoría, pero carecen de un vínculo efectivo con las principales bases políticas. La consecuencia es una campaña con limitados márgenes de maniobra y poca distinción frente a votantes exigentes.
Otro elemento es que el cargo del vicepresidente hoy en día requiere más que representación simbólica, también incluye funciones de enlace con el Congreso y de coordinación de políticas gubernamentales. En un escenario de Parlamento dividido y administración incierta, se demanda a alguien que tenga habilidades para negociar, perspectiva y capacidad de liderazgo. Sin embargo, pocos candidatos logran presentar esa imagen. Muchas duplas presentan nombres que carecen de experiencia real para gestionar cuatro bloques regionales y legislativos, lo que disminuye la posible efectividad de la pareja presidencial.
Esta situación genera inquietud entre especialistas en institucionalidad. Señalan que, si bien el vicepresidente figura constitucionalmente como presidente del Legislativo y miembro del Gabinete, no basta con que tenga actitud o representación. Hoy se demanda perfil nacional: con amistades parlamentarias, capacidad técnica y fortaleza comunicacional para intervenir en debates sobre economía, salud o educación. Ninguno de los actuales nombres logra esa multidimensionalidad.
En suma, la elección del vicepresidente no ha respondido a una estrategia política clara. Predominan decisiones reactivas, acomodadas a pactos coyunturales, sin construcción de bases propias ni articulación programática. Esto deja a los presidenciables en una posición de falta de ancla política local, pese a que las demandas ciudadanas exigen fórmulas innovadoras y creíbles.
Se avecina una oportunidad perdida: con una sesión electoral inestable, fragmentada y sin liderazgos fuertes, la elección del acompañante presidencial debería convertirse en un factor estratégico para ganar respaldo, construir coaliciones y proyectar gobernabilidad. Sin embargo, hasta ahora sigue siendo más burocracia electoral que apuesta política. Las próximas semanas serán decisivas: será cuando se definan si los vicepresidenciables se limitan a cumplir un requisito o si, por fin, aportan músculo político a sus fórmulas.